Admito que esto de la creación pseudo-anónima, escondida tras la pantalla de un computador, comienza a tentarme.
Dando por abierta la sesión de hoy, salgo del preu con cara de lata.
12:00 hrs, botella de agua en mano, me dispongo a atravezar Providencia; las 10 cuadras que separan a Pedro de Valdivia y Bilbao, de Dublé Almeyda y Macul, mi apreciado destino luego de su par de horitas sagradas en lo que por este año ha sido mi "establecimiento educacional", o algo así.
Cruzo Bilbao y comienzo mi aparentemente-eterno camino.
A la altura de Diego de Almagro la frenada de una bicicleta falta de aceite me lleva hasta mi ex-planeta Plutón y de vuelta a la Tierra, sólo para ver como Andrés se aleja a la velocidad de la luz por su calle, camino a su casa; su "chao Pita" se queda revoloteando un instante en el aire, sólo para que me de una pica enorme el hecho de saber que en 5 minutos más estará sentado en el living de su casa, mientras yo aún en P.Lautaro Ferrer me detengo a leer las portadas de los diarios. En fin.
Sigo caminando, guiada por el inconfundible olor a chocolate de la Mozart, y la gente me mira extrañada, tanto por mi sagrada rutina de ir cambiando de vereda constantemente en mi recorrido, en mi desesperado intento por esconderme definitivamente del sol, o por mi apariencia, cercana ya a una especie de barbie de invierno: blanca y brillante, rogando porque lo poco y nada de bloqueador solar factor 60 que me queda cumpla cada una -y más- de las labores que se estimaban para una ya desgastada Capa de Ozono.
Nada me importa, sigo caminando, feliz; pronto noto que son más razones, aparte de la rareza de ver a una adolecente santiaguina con extremada conciencia solar, las cuales atraen esas miradas adultas. ¿Qué? ¿Nunca vieron a una persona cantando por la calle? Los invito a observar sicópatamente al niñito rapero que cada mañana intenta compartir su rima libre con el mundo, camino al colegio.
Pienso -quizás- no es el hecho de verme cantando -y no es que lo haga a todo pulmón- lo que resulte fuera de lo común, sino más bien el hecho de musicalizarme a la antigua: qué I-Pod ni que ocho cuartos (al muy estilo Chavo del 8) ¡Viva la creatividad musical propia!
Rescato de un viejo amigo, vuelo directo desde otra dimensión, eso de rehusarse a que la tecnología -muy útil para otros- se apodere a todo nivel de nuestras vidas.
He sido esclava de muchas cosas (¬¬), pero definitivamente me niego a caer en las garras de un aparatito musical, que valga más que su peso en oro, que me alegre los 35 minutos de batalla anti-quemaduras de ciudad que libro diariamente.
Me conformo con el deleite de las risas al observar a la chicas deportistas que utilizan la ciclovía como gimnacio (con toda la fe puesta en ello), o con el cariño y los langüetazos de las diferentes clases de poodles existentes, y las caras de odio de sus "antiguos" propietarios cada vez que me les acerco, o por último, con la idea de ir observando cada detalle de un mediodía común y corriente, para luego compartirlo con el ciberespacio, desde mi postura cuasi-incógnita.
Dando por abierta la sesión de hoy, salgo del preu con cara de lata.
12:00 hrs, botella de agua en mano, me dispongo a atravezar Providencia; las 10 cuadras que separan a Pedro de Valdivia y Bilbao, de Dublé Almeyda y Macul, mi apreciado destino luego de su par de horitas sagradas en lo que por este año ha sido mi "establecimiento educacional", o algo así.
Cruzo Bilbao y comienzo mi aparentemente-eterno camino.
A la altura de Diego de Almagro la frenada de una bicicleta falta de aceite me lleva hasta mi ex-planeta Plutón y de vuelta a la Tierra, sólo para ver como Andrés se aleja a la velocidad de la luz por su calle, camino a su casa; su "chao Pita" se queda revoloteando un instante en el aire, sólo para que me de una pica enorme el hecho de saber que en 5 minutos más estará sentado en el living de su casa, mientras yo aún en P.Lautaro Ferrer me detengo a leer las portadas de los diarios. En fin.
Sigo caminando, guiada por el inconfundible olor a chocolate de la Mozart, y la gente me mira extrañada, tanto por mi sagrada rutina de ir cambiando de vereda constantemente en mi recorrido, en mi desesperado intento por esconderme definitivamente del sol, o por mi apariencia, cercana ya a una especie de barbie de invierno: blanca y brillante, rogando porque lo poco y nada de bloqueador solar factor 60 que me queda cumpla cada una -y más- de las labores que se estimaban para una ya desgastada Capa de Ozono.
Nada me importa, sigo caminando, feliz; pronto noto que son más razones, aparte de la rareza de ver a una adolecente santiaguina con extremada conciencia solar, las cuales atraen esas miradas adultas. ¿Qué? ¿Nunca vieron a una persona cantando por la calle? Los invito a observar sicópatamente al niñito rapero que cada mañana intenta compartir su rima libre con el mundo, camino al colegio.
Pienso -quizás- no es el hecho de verme cantando -y no es que lo haga a todo pulmón- lo que resulte fuera de lo común, sino más bien el hecho de musicalizarme a la antigua: qué I-Pod ni que ocho cuartos (al muy estilo Chavo del 8) ¡Viva la creatividad musical propia!
Rescato de un viejo amigo, vuelo directo desde otra dimensión, eso de rehusarse a que la tecnología -muy útil para otros- se apodere a todo nivel de nuestras vidas.
He sido esclava de muchas cosas (¬¬), pero definitivamente me niego a caer en las garras de un aparatito musical, que valga más que su peso en oro, que me alegre los 35 minutos de batalla anti-quemaduras de ciudad que libro diariamente.
Me conformo con el deleite de las risas al observar a la chicas deportistas que utilizan la ciclovía como gimnacio (con toda la fe puesta en ello), o con el cariño y los langüetazos de las diferentes clases de poodles existentes, y las caras de odio de sus "antiguos" propietarios cada vez que me les acerco, o por último, con la idea de ir observando cada detalle de un mediodía común y corriente, para luego compartirlo con el ciberespacio, desde mi postura cuasi-incógnita.
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