30.8.07

"El andén repleto sudaba ante la conmoción; nadie dentro de la apretada multitud terminaba de entender lo ocurrido. Voces quejumbrosas y miradas morbosas se escabullían entre los sujetos de casacas amarillas que impedían el tránsito visual de aquellos viajeros que se paraban a observar el cuerpo intacto que reposaba entre los rieles, casi sin tocarlos, como cualquier tarde, cuando después del liceo tiraba los cuadernos y los zapatos y con sus sueños se recostaba boca arriba, soñando con los ojos abiertos, tendida tal cual como ahora yacía"

24.8.07

La Crítica Femenina por Excelencia

A ver si adivinan el sentimiento evocado
los que ya saben, no cuentan...


Frunce el seño. Lo suficiente para sentirlo en tu piel, no tanto para demostrarlo.
Mírala de pies a cabeza, preferentemente de abajo hacia arriba, pero evita cualquier signo que denote que percibes su llegada, tal como si no le dieras importancia.

Aprecia la composición de su ser. El balance perfecto de su cuerpo, lo elegante de sus proporciones, el equilibrio de los colores que lucen en su piel, y automáticamente cuestiónate dónde estabas cuando esa cartera salió, y por qué esas zapatillas maravillosas adornan su closet y no el tuyo.

El escrutinio tradicional comienza por los pies. Luego de dar un vistazo flash a su accesorios de moda y ropa de diseñador alternativo es hora de recorrer visualmente el cuerpo de tu amenaza, buscando alguna virtud-defecto que sea posible destacar.

Recomiendo empezar por las piernas, delgadas y eternas, pero que aseguras no son naturales; busca alguna señal de zapato ortopédico que demuestre esas rodillas juntas que los médicos lograron detectar y corregir a tiempo.

Sube la mirada; navega por sus caderas angostas, su abdomen perfecto, para encontrarte con el color albo de su piel que se asoma entre la ropa al llegar a la cintura.
Comienza por criticar el aro en su ombligo. Puedes escoger entre diversas opciones: chulo, feo, objetos de bataclana, pero nunca admitas que siempre has deseado uno, porque es ella quien lo tiene, no tú.

Al llegar al escote se vuelve más fácil desarrollar un crítica contundente; puedes ir desde la sobre exposición a la que, sientes, esta mujer se somete con tanta piel descubierta. Si te sale una enemiga conservadora, de poca pechuga y cierto pudor, siempre puedes recurrir a las interpretaciones femeninas, y a ese sexto sentido que aparece en los momentos menos esperados; especula que es una posible mosquita muerta, y que las calladitas siempre son las peores.
Agudiza la mirada cuando estés llegando a su cuello. Posibles manchas cutáneas, juegos de luz o cambios de color en su piel son pruebas irrefutables de chupones pasados; hazlos notar.

El rostro en un tema aparte. Pregúntale su edad; si sientes que su mirada no representa los años que promulga ya es hora de sacar dos conclusiones: una, que lleva una vida llena de excesos que hacen de su cuerpo un espejo de sus conductas poco infantiles, o dos, que miente.

Analiza su maquillaje; si lleva, haz un estudio de los patrones estéticos que pretende utilizar, que siempre te resultará negativo, y si no, asume su exceso de confianza, rozando la arrogancia, con el que se para ante la vida, suficiente para llegar a cualquier lado a cara lavada.

Nunca sientas culpa. No serás ni la primera ni la última. Aprovecha la situación para vengarte de todas la veces en las que tú haz sido el objeto de tortura visual. Y disfrútalo: sabes que no puedes evitarlo.

Por último, una vez terminado el análisis global, date la vuelta y dale la espalda: todo un gesto que demuestra que en esta fiesta sólo cabe una de las dos. Ríete como loca y habla fuerte, a ver si de esa forma eres capaz de reemplazar todo lo que ella tiene y tú no.

Antes de retirarte, al despedirte, dale un semi abrazo y menciona el gusto que te produjo conocerla. Ella entenderá el sentido de tu frase y asentirá sin decir nada.
Ahora eres libre de irte y sonreír; cumpliste los pasos de la crítica femenina por excelencia, y, admítelo, la pasaste bien.

10.8.07

Misma y yo

Autodescripción para la ayudantía de redacción

Si pudiera definir a Misma con un color sería el negro; no porque sepa que le gusta, que le encanta, ni mucho menos porque crea que alguna de las connotaciones asociadas a éste la representen (como escuché a Redolés una vez) “en su esencia”, sino porque cada vez que la veo frente al espejo lleva una prenda de aquel color, como el chalequito negro, el incambiable, el amuleto, la muletilla de la moda, el que combina con todo o con nada, o al menos eso cree; el mismo que todos odiamos, pero que aceptamos al mismo tiempo.
Cosa similar sucede con las zapatillas, las converse, negras nuevamente, las de siempre, las únicas, las que cada año compra, que parecieran ser las mismas, pero no lo son, con los cordones cambiados, siempre uno blanco, uno de color.

La huelo a distancias, esa mezcla entre frutilla y menta, unidas de manera particular, siempre en su cabello, en su piel, casi como el olor del café caliente, ese que nos encanta a las dos.

Cuando me mira, cuando me mira a los ojos, trato siempre de fijarme en sus múltiples expresiones, esas que practica jugando con sus cejas, pequeñas y delgadas, las que intenta dominar, pero que muchas veces la dominan a ella.
Me entretengo observando sus rasgos, pero más que nada sus poses, aquellas que no puede evitar, de las que no puede escapar. Como cuando se muerde los labios mientras piensa, o saca la lengua hacia un costado si intenta concentrarse.

Veo los ojos de sus amigos cuando los mira con esa cara que dice quizás cualquier cosa, quizás nada, tal vez todo, exclamando finalmente que no estaba escuchando, porque en nuestra mente sonaba una melodía mejor, y la cantábamos a viva voz, tal como suele hacerlo cada vez que camina por la calle; yo la escucho, la contemplo, mientras misma parece no oír a nadie, y defiende a pleno corazón el hecho de que prefiere nuestra mente como almacenador de música portátil, antes que la música envasada de la tecnología , ya que, seamos francos, no la sabe usar.

Observo cómo ríe, y me río de sus ganas, de la energía que pone en ello, como si esa fuera la última vez, el último día de su vida.

La miro bailar, cómo se mueve al ritmo de la cumbia, con la salsa, con el merengue, y me gusta como, a pesar de que no conoce ningún paso, juega a defenderse, y lo hace bien, o al menos lo intenta.

Misma y yo nos conocemos mucho; somos como esos matrimonios viejos, que muchas veces se odian, pero saben que no podrían haber vivido todo lo que han pasado sin estar juntos.

Misma es mi amiga, me acompaña con sus palabras de aliento, me cuenta de los libros que intenta leer, me canta la música que le gusta, me habla de sus teorías sobre los colores y la democracia, me presenta a su novio y a veces, cuando se pierde, yo también le ayudo, y le digo qué hacer.

Misma es una bonita persona, quizás en el fondo, donde ambas nos encontramos; ella me da lo suyo, y yo, trato de contribuir con algo, y cuando resulta bien celebramos, tomamos cola-cola y comemos chocolate, pero no le convidamos a nadie.

9.8.07

11 cosas que odio de ti

Sé que esperará la segunda parte del, al parecer, bien recibido descargo emocional contra el mundo; hoy no lo encontrará acá, y no precisamente porque, de pronto, haya dejado de sentir odio contra ciertas cosas, es sólo que no recuerdo exactamente qué iba a escribir.


No crea que tengo mala memoria, al contrario; soy capaz de recordar, quizás, demasiadas cosas, generalmente innecesarias, como cada canción de series de monitos de infancia, o tallas añejas, que hasta hoy me provocan risa, también la ropa que llevabas tal y cual día, nombres, fechas de cumpleaños y santos, direcciones, teléfonos, rostros y citas de películas, sino veame recitar cada vez que veo Grandes Esperanzas... pero supongo que cuando realmente deseo recordar algo, lo pierdo.


Imagino que tengo que comer pasas, pero las odio; creo que eso no estaba en mi lista de cosas que me desesperan, pero al menos sirve de algo.

5.8.07

10 cosas que odio de ti

Como alguien con buena memoria, y una buena dosis de nostalgia noventera, pudiera pensar, la entrada de hoy quizás debiera vincularse, de alguna manera, con la película gringa de igual nombre, en la que Heat Ledger se dedicó a perseguir féminas, fiericillas e indomables, mucho antes de Brokeback Mountain...



Pero no. Muy por el contrario, tomará, como todo lo escrito en este blog, un carácter autoreferente, para terminar por enumerar, aún sin tener claro bajo qué parámetros, las cosas que más odio en esta vida, para sacarme así, casi como Fran Valenzuela, la careta de niña dulce y complaciente, facil de llevar, que muchas veces me acongoja, cuando pelotudos, que no nombraré sólo por un tema práctico, creen que pueden pasar por encima de lo que pienso.



Si. Reconocerá mi tono un tanto violento, pero me parece que va acorde al tema de hoy, a lo del odio y la intolerancia, que ya tenía que aflorar después de tantos meses de máxima comprensión, estando en la universidad más pluralista de Santiago.


Podría comenzar por aquellas cosas simples, como la rabia que sientes cuando Ares no baja las canciones que hace meses esperas, o cuando Last.fm pasa de ser el invento a la estafa del mes, obligándote a pagar por escuchar las canciones seleccionadas anteriormente, o referirme tal vez a la mierda de canales HBO, o al Mercurio que no trae mis diarios o qué sé sho...


Pero creo que es más fácil y más rápido obviar dichos temas "domésticos", y sólo enfocarme en lo que odio de otros, seres de carne y hueso como yo (que claramente soy más carne que hueso) y empezar por ahí.


Odio a los psedo-intelectualoides, como aquellos que subentienden (ja! debía usar esa palabra maldita) que pensar va de la mano de leer a Borges, escuchar jazz, tomar Baileys y comer sushi, usar las uñas negras y llevar boina, tal como un patrón, como cumplir con la estética del neopesador... por favor.


Me cargan aquellos que no reconocen la naturaleza de lo que son. Como aquellos que saben de farándula, pero no lo dicen, o peor aún, aquellos que tematizan situaciones tan banales como aquella, llegando a realizar especies de teorías mediáticas en relación a los calzones de las pseudomodelitos/promotoras de cerveza... no creo que sea la mejor manera de mostrar que tienes algo que decir.


Supongo que eso me lleva a otro punto...


(para más de mi odio sin sentido espere la 2ª parte)