3.3.07

Crónica 1 Parte 1

A pesar de que el verano, oficial y esotéricamente (con eso de los solticios y la fiesta de la luna y en fin) aún no acaba, es hora de aceptarlo: las vacaciones comienzan a ser nada más que un recuerdo; agria o dulce, fria o tropical, la imagen mental que guardamos, o multi digital según la tecnología nos permita, se convierte en el único vestigio de los dos maravillosos meses en que, si me permiten, de vagos nos dimos y vivimos, merecidos o no.

Mi verano comenzó el 16 de enero. Y no precisamente debido a que lectura rápida y muy entretenida que me proporcionó Boris Akunin y su Ángel Caído me haya transportado físicamente a Rusia, con calendario desfasado y todo eso, sino que hasta dicha fecha mi cuerpo (junto a mi entorno físico) y mi entonces (y quizás aún) extraviada cabeza no encontraban coordinación aparente.


Luego del accidentado arribo a Tongoy de mis amores en la primera semana y descubrir que la llegada de los gitanos distaba mucho del estilo de los visitantes de Macondo, y que lejos de carnaval, sorpresas y artilugios, sólo traían la oferta más rentable de la temporada: compra de cobre por kilos, y que la consecuencia no sería otra que la desaparición colectiva de todas las cañerias de la cuadra (incluída las de mi casa) entre carpas y naipes de la suerte, la casa finalmente comenzó a vivir un ambiente más playero y menos neurótico.



Aprovechando las bondades de papu nuevo, nos metimos casi jipeando entre dunas y caminos malditos que te hacian saltar hasta lo impensable (omitiré detalles) para llegar a las playas más solitarias y tranquilas de la bahía. Mucho sol, mucha playa, mucha ola, qué alegría. Pero a pesar de las travesías marinas con mi hermana, los sapitos de agua, la búsqueda del tostado fascinate (que aún persigo) y todas esas cosas bien "playeras" algo me faltaba. Echaba de menos LO importante que dejaba en Santiago, y no refería ni a libros ni a discos ni a peluches ni ningún otro objeto personal de valor incalculable, sino a aquello que sin ser objeto es lo más valioso que tengo. Por otro lado, la cuenta regresiva, ya casi satánica, se volvía cada vez más afixiante y asfixiante y asfixiante.... necesitaba de mi compañero, necesitaba certidumbre, necesitaba una máquina del tiempo que sanara mi momentáneo estado de desesperación total. Un reloj mágico como el de Timy también hubise cumplido el objetivo.



Finalmente, luego de una semana cuya rapidez era prácticamente despreciable (aplicando términos físicos del nunca bien ponderado profe Kike Araya), el domingo 7 de enero cumplió todas las expectativas que para él se tenían. Silencioso, lento y desesperante. Luego de 1553 hrs en que esperé, me dieron por fin las 11:30 de la noche. Yo, que para esa altura ya había contruído un gigantesco campamento frente al único ciber de Tongoy, me había arrumado frente a un computador por lo menos 8 horas antes, con el miedo tremendo de que, tal como otros días, el sucucho tecnológico se transformara en el máximo punto de entrentención para personas que, mágicamente, no podían resistir la necesidad de usar MSN o ver su meil, ¡y justo ese día! A pesar de mi vigilia, no pude encontrar un buen compañero para dicha situación, pero bueno, tuve que resignarme a que el computador más lento de la historia debiera ser mi herramienta clave para revelar finalmente qué cresta iba a pasar esta vez con la PSU. Qué susto. Casi sin poder evitarlo, los satánicos recuerdos del año pasado rondaban mi cabeza. Y aunque muchos no creían en mi incertidumbre, bajo mi cama me esperaba toda mi mochila lista para viajar a Santiago a la mañana siguiente y ver qué hacer si que las cosas no resultaban como todos los que me rodeaban insistían en que iban a salir.


11: 40. Me habla el Tuto, la Nati, luego la Pía, todos mandando links de diferentes páginas donde según no sé quién ya estaba toda la información maldita. Me contaban sus puntajes, y yo, obtusa, sólo me quería regir por los resultados oficiales salidos a las 00 hrs, y que vería en las páginas que Pe había preparado para mí, pero que en momento de la verdad, nunca abrieron (en todo caso, muchas gracias).


5 4 3 2 1 Feliz año nuevo, besos para todos, y el pendejo que estaba junto a mí y con quien había conversado minutos antes en una de esas medidas anti-sicosis-colectiva, que nunca sabes si realmente tranquilizan o te neurotizan más aún, se quejaba a viva voz de sus 790 ptos en matemáticas que no eran los 830 que quería. Yo no me quejaba, tampoco reía, sólo estaba tranquila, porque sabía que mi puntaje, sobrio, me dejaba bien puesta donde deseaba, siii... esa facultad de lectores que añoraba. Salí a la calle, dejé el computador añejo abierto, y miles de mensajes de msn que no volvería a pescar. No supe de la Mari ni Andrés, sólo cuando al regresar a tierra, vi sus ventanas abandonadas con mensajes alentadores para mí y para ellos mismo, al descubrir que en sus casos las cosas no habían funcionado tan bien. Me sentí un poco mal.


Felicitaciones correspondiente de mamá y papá a la distancia. Pe llamó por TE, cariños y abrazos. Me sentía un poco libre, pero a la vez, otro combo repentino me dió en plena cara, y recordé por un instante que no todo se acaba ahí, aunque pareciera que si.


Una semana más. ¿qué era esperar una semana más? Era todo. Había esperado más de un año, y si, una semana no me hacía gracia.


Me dolía todo, como esos indicios de resfrío malditos que no sabes por dónde irán a atacar.
Las horas de sueño se hacían más cortas y las del día tan largas.
Todo confabulaba en mi contra.


Necesitaba hablar y contar,y hablar más aún; mi único confidente: atrapado a 415 kms de mi ubicación, y la comunicación escasa gracias a un plan de celular que era lo único no eterno. Los días se hacían interminables y si, para mí el verano aún ni comenzaba...




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