Hasta hace un par de años, el poder de la información radicaba en los medios de comunicaciones formales.
Diarios, revistas, radios y estaciones de televisión tenían la labor de comunicar al país, a las poblaciones, acerca de los hechos relevantes para su quehacer y cotidianeidad.
Pero la masificación de Internet como nuevo formato cambió esta lógica. Si bien la web fue rápidamente cubierta por los mismos medios, quienes la usaron como una extensión de sus transmisiones tradicionales, este espacio sería pronto utilizado por todo tipo de personas.
Plataformas como blogger.com, wordpress.com, fotolog.com, flickr.com, facebook.com o youtube.com, por sólo mencionar las más contemporáneas, otorgaron al público/usuario la posibilidad de crear, subir y compartir la misma información que antes sólo publicaba la prensa "oficial".
A los periodistas se les ponen los pelos de punta. Cómo mantener la atención del lector si en la red hay cientos, miles de sitios web, llenos de "reporteros ciudadanos", contando las mismas historias que ellos, a veces de mejor manera. Cómo separar las críticas fundadas, los análisis estudiados de los medios, de las meras opiniones publicadas en cortos mensajes de Twitter?
Hay quienes postulan que la sobrepoblación de contenidos, voces e ideas que pululan en Internet terminan por desgatar la propia información, la palabra en sí. Habemos quienes, al contrario, creemos que esta enorme variedad de visiones sólo reflejan la misma diversidad que la propia sociedad.
Internet como medio ha ingresado de tal manera en nuestras vidas, que ha logrado reproducir nuestras propias lógicas sociales.
En la vida "real" todos tenemos una opinión. Correcta o incorrecta, documentada o infundada, apacible o revolucionaria nuestras visiones llenan las micros, las calles, el metro, las filas en los supermercados. ¿Eso también significa que hemos desgastado el uso de la palabra?
Por el contrario, Internet y las múltiples plataformas asociadas a su haber han fortalecido el intercambio, la conversación y la opinión,
Finalmente, el lector, el oyente o el simple transeúnte siempre tiene la opción de creer o no creer lo que escucha, de parar la oreja o simplemente seguir de largo.
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