2.9.10
3. Internet y los nuevos escenarios de la información
2. Piramide Tumbada, una nueva escritura
1. Interactivar, una de las claves del contenido web
30.8.07
24.8.07
La Crítica Femenina por Excelencia
los que ya saben, no cuentan...
Frunce el seño. Lo suficiente para sentirlo en tu piel, no tanto para demostrarlo.
Mírala de pies a cabeza, preferentemente de abajo hacia arriba, pero evita cualquier signo que denote que percibes su llegada, tal como si no le dieras importancia.
Aprecia la composición de su ser. El balance perfecto de su cuerpo, lo elegante de sus proporciones, el equilibrio de los colores que lucen en su piel, y automáticamente cuestiónate dónde estabas cuando esa cartera salió, y por qué esas zapatillas maravillosas adornan su closet y no el tuyo.
El escrutinio tradicional comienza por los pies. Luego de dar un vistazo flash a su accesorios de moda y ropa de diseñador alternativo es hora de recorrer visualmente el cuerpo de tu amenaza, buscando alguna virtud-defecto que sea posible destacar.
Recomiendo empezar por las piernas, delgadas y eternas, pero que aseguras no son naturales; busca alguna señal de zapato ortopédico que demuestre esas rodillas juntas que los médicos lograron detectar y corregir a tiempo.
Sube la mirada; navega por sus caderas angostas, su abdomen perfecto, para encontrarte con el color albo de su piel que se asoma entre la ropa al llegar a la cintura.
Comienza por criticar el aro en su ombligo. Puedes escoger entre diversas opciones: chulo, feo, objetos de bataclana, pero nunca admitas que siempre has deseado uno, porque es ella quien lo tiene, no tú.
Al llegar al escote se vuelve más fácil desarrollar un crítica contundente; puedes ir desde la sobre exposición a la que, sientes, esta mujer se somete con tanta piel descubierta. Si te sale una enemiga conservadora, de poca pechuga y cierto pudor, siempre puedes recurrir a las interpretaciones femeninas, y a ese sexto sentido que aparece en los momentos menos esperados; especula que es una posible mosquita muerta, y que las calladitas siempre son las peores.
Agudiza la mirada cuando estés llegando a su cuello. Posibles manchas cutáneas, juegos de luz o cambios de color en su piel son pruebas irrefutables de chupones pasados; hazlos notar.
El rostro en un tema aparte. Pregúntale su edad; si sientes que su mirada no representa los años que promulga ya es hora de sacar dos conclusiones: una, que lleva una vida llena de excesos que hacen de su cuerpo un espejo de sus conductas poco infantiles, o dos, que miente.
Analiza su maquillaje; si lleva, haz un estudio de los patrones estéticos que pretende utilizar, que siempre te resultará negativo, y si no, asume su exceso de confianza, rozando la arrogancia, con el que se para ante la vida, suficiente para llegar a cualquier lado a cara lavada.
Nunca sientas culpa. No serás ni la primera ni la última. Aprovecha la situación para vengarte de todas la veces en las que tú haz sido el objeto de tortura visual. Y disfrútalo: sabes que no puedes evitarlo.
Por último, una vez terminado el análisis global, date la vuelta y dale la espalda: todo un gesto que demuestra que en esta fiesta sólo cabe una de las dos. Ríete como loca y habla fuerte, a ver si de esa forma eres capaz de reemplazar todo lo que ella tiene y tú no.
Antes de retirarte, al despedirte, dale un semi abrazo y menciona el gusto que te produjo conocerla. Ella entenderá el sentido de tu frase y asentirá sin decir nada.
Ahora eres libre de irte y sonreír; cumpliste los pasos de la crítica femenina por excelencia, y, admítelo, la pasaste bien.
10.8.07
Misma y yo
Si pudiera definir a Misma con un color sería el negro; no porque sepa que le gusta, que le encanta, ni mucho menos porque crea que alguna de las connotaciones asociadas a éste la representen (como escuché a Redolés una vez) “en su esencia”, sino porque cada vez que la veo frente al espejo lleva una prenda de aquel color, como el chalequito negro, el incambiable, el amuleto, la muletilla de la moda, el que combina con todo o con nada, o al menos eso cree; el mismo que todos odiamos, pero que aceptamos al mismo tiempo.
Cosa similar sucede con las zapatillas, las converse, negras nuevamente, las de siempre, las únicas, las que cada año compra, que parecieran ser las mismas, pero no lo son, con los cordones cambiados, siempre uno blanco, uno de color.
La huelo a distancias, esa mezcla entre frutilla y menta, unidas de manera particular, siempre en su cabello, en su piel, casi como el olor del café caliente, ese que nos encanta a las dos.
Cuando me mira, cuando me mira a los ojos, trato siempre de fijarme en sus múltiples expresiones, esas que practica jugando con sus cejas, pequeñas y delgadas, las que intenta dominar, pero que muchas veces la dominan a ella.
Me entretengo observando sus rasgos, pero más que nada sus poses, aquellas que no puede evitar, de las que no puede escapar. Como cuando se muerde los labios mientras piensa, o saca la lengua hacia un costado si intenta concentrarse.
Veo los ojos de sus amigos cuando los mira con esa cara que dice quizás cualquier cosa, quizás nada, tal vez todo, exclamando finalmente que no estaba escuchando, porque en nuestra mente sonaba una melodía mejor, y la cantábamos a viva voz, tal como suele hacerlo cada vez que camina por la calle; yo la escucho, la contemplo, mientras misma parece no oír a nadie, y defiende a pleno corazón el hecho de que prefiere nuestra mente como almacenador de música portátil, antes que la música envasada de la tecnología , ya que, seamos francos, no la sabe usar.
Observo cómo ríe, y me río de sus ganas, de la energía que pone en ello, como si esa fuera la última vez, el último día de su vida.
La miro bailar, cómo se mueve al ritmo de la cumbia, con la salsa, con el merengue, y me gusta como, a pesar de que no conoce ningún paso, juega a defenderse, y lo hace bien, o al menos lo intenta.
Misma y yo nos conocemos mucho; somos como esos matrimonios viejos, que muchas veces se odian, pero saben que no podrían haber vivido todo lo que han pasado sin estar juntos.
Misma es mi amiga, me acompaña con sus palabras de aliento, me cuenta de los libros que intenta leer, me canta la música que le gusta, me habla de sus teorías sobre los colores y la democracia, me presenta a su novio y a veces, cuando se pierde, yo también le ayudo, y le digo qué hacer.
Misma es una bonita persona, quizás en el fondo, donde ambas nos encontramos; ella me da lo suyo, y yo, trato de contribuir con algo, y cuando resulta bien celebramos, tomamos cola-cola y comemos chocolate, pero no le convidamos a nadie.
9.8.07
11 cosas que odio de ti
5.8.07
10 cosas que odio de ti
22.7.07
2.7.07
Lo que más odiaba de andar en Metro
Las escaleras se hacían eternas. Pensaba incesantemente por qué había escogido tacones ese preciso día. Luego recordaba la razón: la presentación final del proyecto que hacía semanas le había hecho olvidar por completo lo que la palabra sueño y todo su campo semántico significaba. Sentía que llevar tacones la hacía lucir más elegante, y con suerte más inteligente. Pero en ese minuto sólo recordaba cuánto añoraba sus mañanas de zapatillas y polerones estando en la universidad, cuando en esas corridas matutinas, similares a la de hoy, había conocido a Daniel.
Último escalón, al fin. Orgullosa, las escaleras no la habían vencido.
Una fila enorme se balanceaba de un lado a otro, esperando que el giro de un torniquete y el sonar de una tarjetita electromagnética determinaran quien entraba y quien no al mundo subterráneo que muchos conocían como la única forma de llegar al trabajo.
¿Cuándo comprarían un auto? No lo sabía. El trabajo de Daniel no prosperaba, y bueno, el suyo tampoco. Quizás después de hoy, al fin el contrato soñado, el dinero, el saberse parte de algo, aunque fuera de una pequeña o mediana empresa, y que cinco años de estudios no habían sido una pérdida de tiempo.
Sofía tenía la costumbre de mirar a todos lados mientras caminaba, con una enorme sonrisa en sus labios, como si supiera que en algún momento, cualquiera, podía encontrar una cara conocida a quien saludar, abrazar o besar, según las circunstancias. Parecía siempre lista, casi con la amabilidad sicópata de una promotora de supermercado, preparada para aquel momento, pero que hasta la fecha nunca había sucedido. Tal vez contaba aquel día en que divisó a la chica de los comerciales de ampolletas; lástima que no la conocía.
Repentinamente se percató de que la masa la llevaba una vez más, haciéndola viajar dentro de la estación. A lo lejos divisaba el andén, al que, con cada segundo, se acercaba más y más; si, ya sólo faltaban cerca de cuatro metros para llegar hasta él. Tendría, como cada mañana, que observar y calcular la forma precisa de, no sólo, encontrar sino lograr adueñarse de un espacio entre la multitud, todo mientras ágilmente sorteaba los codazos y empujones gratuitos de hombres elegantes y enternados, tan bien educados, que entre tanta Palm y Rolex no se percataban de sus errores. Pobrecillos aquellos.
Las luces provenientes del túnel señalaban que ya era la hora. Debía prepararse. El carro se acercaba. Comenzaron las maniobras. Uno, dos, tres, se abren las puertas. Cuidado aquí, permiso por acá. Listo. No sabía cómo lo hacía, pero siempre, de alguna u otra forma, lograba escabullirse entre la multitud para acomodarse entre una nueva masa que la esperaba al interior del tren.
Pero Sofía sabía que aquella proeza no era la parte más difícil de la jornada, al menos no en comparación con la tarea que debía enfrentar ahora: ganar un espacio, hacerlo suyo, propio, plantar una bandera con su rostro en su metro cuadrado partido por seis, un reinado que sólo se prolongaría hasta llegar a su destino, ocho estaciones más abajo.
Mientras duraba su viaje subterráneo Sofía se entretenía enumerando qué era lo peor de viajar en dichas condiciones. Había días en que el encierro matutino se llevaba todos los puntos; otros, el contacto obligado y constante de cuerpo contra cuerpo la asqueaba hasta no poder más. Esta mañana los parlantes chicharreaban un “H2”,”H2”, que Sofía interpretaba como un “tarde, hoy” “tarde, hoy”. No, no podía llegar tarde, no podía llegar tarde hoy.
Acomodada ya frente a las aún abiertas puertas de un carro estático miraba el mar humano que bajaba las escaleras, casi imitando el vaivén de su viejo columpio favorito, así, de un lado a otro, de una lado a otro… rostros, casi iguales, caras de sueño, de pena, de angustia, de ahogo… Pero el rostro aquel era algo conocido para ella, ¿dónde lo había visto antes? ¿Podría ser él?… si, lo era.
Debía saludar. O no. El no verlo desde hacía siete años había cambiado un poco las cosas. Quizás no la reconocería, tal vez ya ni la recordaba. Pero qué importaba, ella sí lo hacía, siempre, y reconocía automáticamente que su manía de observar los rostros de todos a su alrededor sólo nacía de la obsesión que guardaba de querer encontrarlo, en algún lugar, alguna vez, tal como hoy.
Había imaginado tantas veces el encuentro, diferentes formas de sonreír, qué decir, qué hacer, pero esa mañana, frente a frente, las opciones tantas veces manoseadas se resumían al silencio y al comportamiento epiléptico de un corazón que no reconocía mensajes cerebrales.
Automáticamente su mente viajó caóticamente, sin sentido; se acordaba de José, de sus bromas, de su pelo, de su voz y sus besos, y de todo lo que hacía, que siempre salía bien. Pero Daniel, si, sus besos nunca fallaban, y qué importaba, si no sabía besar bien le enseñaría, y por qué ahora: la gente camina, pasa por la calle, personas se encuentran, se saludan, se golpean con sus hombros y carteras apresuradas porque no leen los avisos del metro y confunden subir con bajar, y por qué de todos debía encontrarse con él. Y por qué sonreír. Por qué no ignorar, si siempre funcionaba con los niñitos de las esquinas, con los mendigos, con los Testigos de Jehová, ¿por qué no con José?
Sofía supo enseguida que no podía. José tenía algo que nadie más tenía. Era una de esas personas únicas, capaces de cultivar lo bello y lo feo, a la vez, sin arrepentimientos; quien más la había hecho sufrir pero de quien guardaba los más bellos recuerdos, pero ¿por qué? ¿Por qué lo recordaba así, de tal manera, por qué seguía teniendo fe en él? José jamás había cambiado y probablemente jamás lo haría, ni ahora ni nunca, por mucho que ella esperara.
Pero quizás no era necesario arrancar, más que mal había pasado tanto tiempo, no podría reconocerla ¿verdad? No. Cómo no iba a reconocerla, porque si, los años pasan pero tan vieja no estaba ¿cierto? Ahora llevaba tacones, ya no zapatillas y polerones como en los días en que por Daniel habían dejado de verse, y sus risas ya no sonarían de la misma manera, ni sus bromas se escucharían igual, ni sus besos… qué añoranza de tiempos aquellos que sentía. Cómo volver atrás. Si, José era la única forma. Porque sus sueños de adolescencia tardía se habían quedado atrás, con él, y el dejar que la besara podría ser la clave para recuperar el tiempo perdido. Tenía que verlo, decirle “hola amor”, quizás por fin todo sería distinto, adiós los tacones y los proyectos y los sueños… pero no.
El carro continuaba varado en el andén atestado. Sofía no sabía si José se había percatado de su apretujada presencia al interior de un tren a punto de explotar. Ý qué pasaba si él la reconocía. ¿Acaso la saludaría, o quizás la ignoraría como ella mismo deseó en un segundo pasado? Tal vez sentía la mismo que Sofía creía empezar a sentir, que la extrañaba, que deseaba revivir los tiempos de playa, sol y olas que pasaron juntos, que debía adentrarse en ese mar humano, rescatarla y empezar de nuevo… No ¿qué estaba pensando? La falta de oxígeno parecía afectarla en serio esta vez.
Repentinamente vio todo claro. Debía hablarle, si, pero sólo para liberarse de él, de su recuerdo, y de la ínfima posibilidad de que en otra ocasión, en otro encuentro, quizás furtivo, volver a caer, en sus palabras y en sus juegos, y salvarse de quedarse esperando siempre más de él, o quizás no más, sino lo justo, lo necesario, lo que nunca llegaba, y no olvidarse jamás de porqué no lo había preferido a él por sobre Daniel.
Comenzó a pensar. Salir, si, esa era la única forma de llegar hasta él. Debía mirarlo a la cara y arrojar todo lo que le oprimía de una vez, como respuesta a la bulimia emocional que la aquejaba desde siempre, o más bien, desde que dejó el colegio, cuando no lo vio más, cuando empezó a almacenar y almacenar cargas interiores, y que ahora necesitaba regurgitar, tal cual, de pronto, sin darse cuenta, sólo porque debía liberarse un poco, y la verdadera liberación estaba en decir la verdad, ya de eso había leído algo.
Sofía pensó en correr. Tenía largas piernas, y ya había calculado de que dos enormes zancadas abarcaría el espacio infinito que la separaba de José, sólo para decirle unas cuantas verdades ¿cuáles? Cualquiera. Que se había casado y que era feliz, que nunca lo perdonaría y que por mientras se encargaba de recordarlo día a día, aún cuando no quería hacerlo más. Podría decir muchas otras cosas, no sabía, estando a su lado ya vería.
Se preparó para salir, sólo bastaba dar un paso, pero miró sus pies y descubrió que llevaba tacones y no zapatillas. Levantó la mirada y lo vio, y él también la miró, tal como antes, como esos días lejanos, cuando pasaba a buscarla por la tarde, después de las clases de gimnasia y compartían dulces y chicles y besos debajo de una banca en la plaza frente a su casa, sin que mamá los viera. Sofía lo miró, firme tras el vidrio, cuando las puertas por fin se cerraban, y el carro, hermético, atestado y veloz se adentraba en el oscuro túnel subterráneo, mientras comenzaba a enumerar lo que más odiaba de viajar en metro.
17.6.07
11.6.07
qué obseción
Pensé en explicar la razón de aquello, pero me arrepentí, preferí que las palabras simples y sin adornos del autor explicaran por sí solas su verdadera intensión. Hoy, vuelvo a leerlas, y siento más que nunca que adquieren una connotación especial, que adquieren un pequeño carácter de estandarte de representación.
Me doi cuenta de mi innegable naturaleza obsesiva, y no es que pretenda inventar o descubrir algún elemento vital para la humanidad mediante dicha característica, como lo plantea Ortega, sino que simplemente asumo mi condición, y más aún, acepto que incluso me agrada.
Me resulta gracioso ver cómo ciertas cosas, ciertas aristas de la vida diaria, a veces mínimas y probablemente insignificantes, casi superfluas, llaman mi atención de manera tal. Si: me río de mi misma, de cómo me doi vuelta en la calle, casi sin razón aparente, a ver un piedrita, una hojita que cae, un perrito bonito; pequeños objetos, ideas, sonidos y colores... sobre todo los colores.
Hace tiempo ya, cerca de mi graduación (uff... qué tiempos aquellos) mis compañeritas de banco, pruebas y chascarros me vaticinaron un futuro rodeado de luces y colores, y no, no es que me imaginaran como una bailarina nocturna o una super stríper (admito que luego de ver a Kate Moss en sus piruetas al ritmo de The White Stripes a cualquiera le pica el bichito), sino que supongo creían que algo de mi colorida y detallada obseción se plasmaría en mi futuro laboral; sospecho que sabían más que yo lo que me dapararían los siguientes años.
Quiero terminar periodismo. Quiero estudiar estética. Quiero hacer documentales. Quiero ser orfebre. Quiero rodearme de imágenes, quizás de representaciones. No me gusta escribir historias pero amo leerlas. verlas. oírlas. sentirlas.
Quiero colores, pero verde más que nada. Quiero unir lo que me gusta y mis obseciones clásicas, que se plasmen en todo lo que me rodea. Hacia esa meta quiero llegar, y eso me obseciona, hoy más que nunca.
6.6.07
Estudiante Fascista
Intersante. Como dice N. "me han dicho muchas cosas en mi vida, pero nunca una cosa así". Sin duda, jamás una cosa así...
Todo comenzó en un almuerzo pobre. Arroz pelao' pero buena converación; supongo que una cosa mejora la otra.
Las confesiones de mi amiga V., sus experiencias, vicios y placeres. Luego sigo yo.
-sabes qué me da placer extremo?- pregunto. -Tener el control de las cosas- prosigo.
-cuando tenía que estudiar-explico -leía todo el material que podía encontrar en mi casa sobre ese proceso. Necesitaba saber que tenía todo manejado. Por eso me gusta cuando conduzco, porque sé que yo tengo el control-
Tito dice que soy fascista, pero no lo aparento.
-No sé- le replico. Le muestro mi cara, sonrío -¿esta es la cara de una fascista?-
No lo sé, me digo de nuevo, tal vez.
31.5.07
20.5.07
Edgar Degas 1873-1878
La Clase de Danza
Edgar Degas
Bailarinas en Azul
Edgar Degas 1898-1899
Bailarina basculando (bailarina verde)
Edgar Degas 1877-1879
"... Degas también visitó con frecuencia las clases en donde el maestro de ballet instruía a grupos de niñas, los rats, en su difícil y graciosa labor. Ahí encontró lo que más le interesaba: el movimiento; no el movimiento libre y espontáneo, sino todo lo contrario, ejercicios estudiados y precisos, cuerpos sometidos a una disciplina rigurosa, ademanes dictados por leyes inflexibles..."
Rewald J, Historia del Impresionismo, pág. 237
8.5.07
De la experiencia de Pablo.
Y no de la forma en que Virginia pregona su asesinato- el asesinato de Virginia (Tech)-.
Me recordó lo "responsable" y qué significa la expresión "me lo perdí". Si, me lo perdí porque, como Pablo expuso admirablemente, tenía A, B, C, D, y cualquier otra variable para determinar situaciones, que hacer.
Me gustaría que la veintena de letras del alfabeto occidental fuesen susceptibles de ser reemplazadas por actividades extra-curriculares, pero no; recapitulo: me lo perdí (llamese ya a cualquier evento recreativo) porque tenía que estudiar.
Si Pablo leyese (imagino que luego de mi advertencia de plagio lo hará) mis palabras, pensaría "y bueno, qué te perdiste?". No, no fue algo como la marcha por la legalización (mala cosa para quienes adscriben de aquella demanda), ni un concierto (como ya ha sucedido en otras ocasiones) o un evento social, o cualquier otro tipo de acontecimiento visiblemente único e irrepetible, sino que me perdí lo que anhelo, lo que para mí (y sólo para mí) es impostergable, aún cuando pueda ser repetido una y otra vez. Me perdí, y por lo visto me seguiré perdiendo, un fin de semana en casa, un día más con mi perrito (que está quedando ciego) y un tecito con papá (que ya está muy canoso) . Me perdí un regaloneo de esos que ya no suceden con mamá después de planchar, un baile desenfrenado con mi hermana (en honor a los viejos tiempos cuando encendíamos la radio y hacíamos fiesta entre los cuatro, yo bailaba con mi mamá y Javela con el papá) y una conversación por teléfono con mi abuelita.
Me perdí una película con Pe, un helado y una siesta; un ataque de deseos incontrolables por continuar mi mosaico y un paseo al campo; un arranque creativo y un asado con los amigos de siempre...
5.5.07
Recuerdo de un viernes ideal
Cuando pienso en Providencia recuerdo una mañana de invierno, cuando acaba de llover.
Los pies en el agua, el salto mortal desde la oruga blanca o la viejita amarilla que aún recibía mis chauchas juntadas una a una.
El olor de la humedad se mezcla con el aroma del café caliente, las tartas de limón.
Todo se ve hermoso desde el ventanal enorme que separa el agetreo diario de nuestra conversación necesaria, de nuestro rito semanal, de nuestro espacio fabricado.
Las hojas de Lyon caen, una tras otra... la lluvia viene a caer también.
Nos sorprendemos cada miércoles con aquel grupo de señores de edad, que comentan y se alimentan. Que hablan de política, libros, actualidad y viejas historias, se conocen de toda lo vida, tal vez, tal como nosotros nos conocemos.
Cuando pienso en Providencia pienso en ti. En una fresca mañana de primavera, en una tarde de viernes. En un helado compartido, en una risa, en un capricho cumplido, en tu esfuerzo por cumplir. En la atención, las atenciones que me haces, la atención que me das.
Pienso en un puente, en un parque, un libro, un disco, un globo y un ticket de descuento. En un sueño, un anhelo, un trabajo, pizzerías, gelaterías, chocolaterías, joyerías, librerías, cafeterías, tonterías. Pienso en regalos, en gastos, en dulces y en salados.
Cuando pienso en Providencia recuerdo a punks, agros, tatuados, rojo, fuccia, brit y forestal; en raperos, floreros, dvds, ladrones de celulares y escolares.
Si pienso en Providencia, entre Los Leones y Pedro de Valdivia, pienso en gente y farmacias, pienso en ti y en mi, en lo que me gusta y lo que no te gusta. Me pienso en uniforme, en un viernes, cualquiera, y lo bien que lo pasabamos.
28.4.07
Mea Culpa
Y me salto todas las reglas. Uso adjetivos calificativos, soy tendenciosa y odio ser precisa.
Me encanta darle vueltas a los asuntos, y me saco puros 7 en ambigüedad.
No conozco lo concreto y soy irresponsable con mis datos: no revelo fuentes, ni aclaro citas, y a veces hasta me disfrazo de delincuente porque fotocopio libros completos y caigo en el plagio.
No he leído a Cortázar ni a Fuget. Veo harta tele y me gusta.
27.4.07
La pugna se basaba en la desición de Endesa de utilizar e inundar tierras ancestrales de pertenencia pehuenche-mapuche para los fines de la central, lo cual principalmente afectaría a 92 familias indígenas ubicadas en la ribera del río.
La presión impuesta por la empresa resultaría enorme, llegando a pagar elevadas sumas de dinero a las familias pehuenche a cambio de sus tierras, tierras que nadie entendía por qué no accedían a abandonar "por las buenas".
Aquí un extracto de "Recado Confidencial a los Chilenos", que tal vez permita entender las razones de esa lucha que muchos calificaron de "sin razón", en contra del "progreso".
"Tvfachi mapu mu lleqvn mogen ñi Kuyfikeche. Tvfachi mapu lleqvn iñche. En este lugar nacieron y vivieron mis tatarabuelos, mis bisabuelos, mis abuelos y mis padres. Aquí nací también yo, no en un hospital. Por eso digo que aquí está mi sangre, aquí pertenece mi vida. Nadie me va a sacar de este lugar, aquí voy a morir.
"Nosotros, nosotras, crecimos entre muchos árboles y animales. Con ellos, con nuestra gente, con las plantas, con las piedras, con las vertientes, en los ojos del agua jugamos y conversamos nosotros. Endesa nos dice que nos vayamos. Por eso primero nos ofreció sus lujos. No me interesan sus lujos.
"Nos prometieron casas, nos prometieron lindas cocinas. Estas piedras que sujetan las llamas de mi fogón los winka no las consideran un lujo, pero ellas me cuentan, me recuerdan, la historia de mi gente. La tibieza de su ternura es la que me abraza desde niña.
"Ellos piensan que mi casa no tiene lujos, pero sus tablas rústicas son de madera nativa que mis padres labraron con sus propias herramientas. Estas maderas rústicas, entre las que habla el viento, nacieron y murieron aquí como mi gente. Pero se han transformado en el pensamiento que nos protege, que nos acompaña. Ellas han dado continuidad a nuestra vida mapuche.
"Pero bueno, si quieren empezar a pagarnos un poquito de la deuda que los winka tienen con nosotros los mapuche, si insisten en regalarme algo de su modernidad, yo la espero aquí en mi tierra, y veré qué es lo que me sirve de ella, qué es lo que tomo de ella, pero no por eso dejaré abandonados los espíritus de mis paisajes; no por eso dejaremos abandonados a nuestros muertos. No es posible que por eso dejemos abandonado nuestro Gillatuwe.
"Ahora Endesa dice que tendremos que irnos, a la fuerza, porque así lo ordena el Estado, que así lo ordena el Presidente. Pero mi gente no se debe a ellos; yo tampoco me debo a ellos, me debo a mi Padre Genechén, a mi Madre Tierra, al río Bío Bío.
"La Endesa ni el Estado ni el Presidente nos dan la comida. La comida me la da la Tierra; mis abuelos y mis padres me enseñaron a pedirle, a trabajarla, a tomar de ella sólo lo que necesito. Así como nuestra tierra tomará de nosotros sólo lo que necesita para seguir renovándose.
"Por eso digo: Que sepa mi gente, que sepan los chilenos, que los winka no me van a sacar de mi lugar. Aquí pertenezco, aquí me trajo mi Chaw Genechén. Aquí voy a morir".
26.4.07
Clase de Redacción
y hay muchos que son muy malos"
24.4.07
"Yo escribo, pienso y aprendo"
Como dice Carolina "escribo porque me gusta y no porque necesariamente lo haga bien". Escribo porque quiero, y cuando digo "quiero", abarco un todo. Y si lo hago mal, aprendo. O mejor, estudio periodismo.
22.4.07
para que tenga una pequeña idea acerca de lo que hablo, ¿qué tal?